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Cadenas de conciliación


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El filo del cuchillo, aún siendo ya prácticamente romo a causa del uso continuado, se deslizaba por la superficie de la patata en manos de Umber sin demasiadas dificultades. El Cabo continuaba con su tarea de manera mecánica, sin pensar demasiado. A su lado el mismo sonido que él mismo causaba al pelar patatas se repetía en casi perfecta sincronía, de manos de su "compañero". Lo repetitiva que era la tarea hacía que Umber se mantuviera casi adormilado, ignorando aquello que acontecía a su alrededor, en las cocinas del cuartel.

De golpe, el alto ponientí salió de su trance al recibir un codazo por parte de su compañero. El golpe no fue especialmente fuerte, pero le dio en el brazo e hizo que, al descolocarse, se produjera un corte en el dedo gordo con el cuchillo. Tras observar como del corte manaban sangre de un vívido color carmesí, Umber giró la cabeza para mirar al otro Cabo, con los ojos cargados de furia. El hombre que estaba unido a él por aquel maldito grillete ni siquiera estaba mirándole; seguía concentrado en su patata.

- Pero, ¿qué cojones haces, Díaz? - bramó Umber, dejando entrever su cabreo en su tono - ¿Hasta pelando putas patatas tienes que dar por el culo?

El Cabo Juan Díaz abandonó su labor y se giró, observando a Umber con claro desprecio en la mirada. A lo largo de los días de castigo no se había cortado en demostrar lo mucho que le disgustaba el alto ponientí, y en hacerle la vida lo más difícil posible. La tarde del día anterior parecían haber llegado a una suerte de acuerdo para dejarse en paz mutuamente, pero quedaba claro que se trataba de una tregua muy tenue.

- Qué quieres, Poniente. ¿Ya estás lloriqueándome otra vez? ¿No ves que estás retrasándonos a ambos OTRA VEZ? - las palabras del orgulloso Díaz eran cortantes, como siempre. Umber le enseñó el corte que se había hecho en el dedo, cada vez más hinchado de rabia. - ¿Y qué si eres tan papanatas que casi te mutilas a tí mismo? ¿Otra vez vas a culparme de tu incompetencia, como en aquella misión que--

Umber se levantó de manera brusca y violenta, forzando a que Díaz lo hiciera también, debido a las esposas que los unían. El ponientí agarró del cuello al otro hombre, y lo estampó contra la pared, descargando los días de frustración acumulada.

- Mira, Díaz, quiero que te dejes de gilipolleces, ¿vale? ¡Deja de tocarme los cojones de una vez, y podremos volver a nuestra vida normal, hostias! ¿Me has enten--

Díaz cortó la diatriba de Umber arreándole una patada en la entrepierna, que obligó a un Cabo a soltar al otro por el dolor. Acto seguido, Díaz usó la propia cadena que los unía para, rodeando al joven ponientí, intentar retorcerle el brazo y situarle en una posición de sumisión. Umber estaba viendo las estrellas por el traicionero golpe contra su escroto, así que no fue capaz de prevenir tal maniobra, y notó como el punzante dolor le invadía al ser retorcido su brazo.

Sin embargo, el Cabo Umber de Poniente no había llegado a su posición porque sí. Capacidades mentales aparte, su físico era envidiable; no por algo en el cuartel se rumoreaba que bien podría ser el hombre más fuerte físicamente de toda la Compañía. Aún con la posición antinatural en la que se encontraba su brazo, usó toda la fuerza y todo el peso de su cuerpo para alzar a Díaz sobre sus hombros y tirarlo al suelo de manera súbita. El golpe fue seco y duro, y el contrincante de Umber se quedó sin aire. Umber aprovechó para aplastar el pecho de Díaz con su rodilla, dejándole completamente inmóvil.

- Mira, yo sé que, por el motivo que sea, me desprecias con toda tu alma. Pero deja de comportarte como un niño con cuerpo de hombre cuando estás en tu puto puesto. Llegará el día en que tu vida dependerá de mi, y la mía de ti, y no puede ser que en ese momento me mires y me veas como a un jodido enemigo, ¿vale? ¡Nuestro enemigos son los putos pielesverdes, no-muertos y otra escoria, joder! - Umber clamó con pasión, mientras Díaz dejaba de tratar de revolverse bajo su peso y, a regañadientes, escuchaba lo que decía el ponientí - ¿Acaso no recuerdas el aspecto que tenían nuestros camaradas muertos en Theramore? ¿Con los miembros retorcidos y los rostros hinchados, flotando de manera antinatural por la mierda de magia que usó el puto Grito Infernal? ¿Cómo puedes permitirte malgastar tus energías odiándome, cuando has perdido amigos y compañeros de una manera así de jodida? ¿ES QUE QUIERES ACABAR COMO ELLOS? ¡RESPONDE!

Durante varios segundos de calma tensa, el Cabo Díaz se mantuvo en silencio, aún tenso por la pelea que acababa de perder y con las palabras de Umber resonando en su cabeza. Finalmente, tomó la palabra, con voz entrecortada por el esfuerzo que le suponía hablar con la rodilla de Umber aún oprimiéndole el pecho.

- Por mucho que digas, no cambiaré mi opinión sobre ti, Cabo Poniente. Sin embargo... puede que tengas algo de razón. Quizás lo mejor sea... que lo deje pasar, al menos mientras ambos estemos en nuestros puestos. - estaba claro que a Díaz le estaba costando pronunciar aquellas palabras; sin embargo, aprisionado como estaba por el peso de Umber, tampoco le quedaba otra opción.

- Puedes seguir maldiciéndome por lo bajo, y escupiendo el suelo que yo piso si quieres. Lo único que te pido, es que no sea mientras estamos de uniforme. Mientras seamos profesionales... lo que pase fuera no importa, ¿vale? - Umber, relativamente satisfecho, retiró la rodilla del pecho del Cabo, y lo ayudó a levantarse. Díaz evitó cruzar su mirada con Umber; aún se le notaba poco satisfecho con el "trato", pero a juzgar por el hecho de que no le había respondido con sus habituales palabras venenosas, parecía que había comenzado a calar en él.

Ya con Díaz de pies, ambos se quedaron quietos por un instante, en una suerte de "momento solemne". Fue en ese momento cuando Umber se percató de la presencia del cocinero del cuartel; el rechoncho Prudencio Cook, al fondo de la habitación en la que se encontraban. No sabía cuando tiempo debía llevar el cocinero en aquel lugar, pero era probable que hubiera visto buena parte del enfrentamiento. Umber se preparó lo peor, puesto que Cook era conocido por su mal humor, y ver a los que últimamente estaban siendo sus "ayudantes" prácticamente golpeándose no le sentaría bien, a buen seguro.

Sin embargo, el viejo Cook simplemente asintió, de manera casi aprobadora, y con un rápido "Volved al curro, patanes" les mandó de nuevo a pelar patatas. Umber quiso interpretar la actitud del cocinero como una especie de bendición al "trato" que acababan de forjar él y Díaz. Miró de reojo a su compañero, aún enrojecido por el esfuerzo de la pelea, y vio como éste se esforzaba deliberadamente en ignorarle. Lo más probable es que jamás llegaran a forjar una relación amistosa, pero mientras no se metiera en su camino de nuevo, le valdría.

Al tiempo que recogía las patatas que tcoaban, Umber pensó en el propósito que tenía la Teniente al esposarles aquel día. Seguía sin estar de acuerdo con los métodos de Susan, pero lo cierto es que, finalmente, parecían haber conseguido cierto éxito. Quizás, a partir de ese momento, las cosas empezaran a ir a mejor...

 

Spoiler

Breve relato, ahora que he vuelto de las vacaciones, sobre las hermosas vivencias de Umber tras el castigo impuesto por Susan @Sacro. En tus manos queda si Susan decide que es suficiente para levantar el castigo o no.

 

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La teniente Lionhammer recibió el chivatazo por parte de Prudencio y, como era de esperarse, tenía a varios de los soldados veteranos y al Sargento John Bull haciendo de testigos secretos de cómo estaban llevando las cosas ambos cabos. Un día cualquiera, tras notar que las cosas parecían haberse solucionado al menos en el campo profesional, la propia teniente les liberó (pues ella tenía la llave de las esposas) y les advirtió, que la próxima vez que la liaran los haría bañarse juntos y haría que el más gilipollas recogiera el jabón. 

 

Así, las cosas parecían mejorar por fin para ambos cabos. 

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