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Cavilaciones nocturnas


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Pocas cosas eran más tranquilizantes para Robert de Lamster que una pipa en una noche cálida en el porche de la Hacienda Lamster, acompañado de un pequeño taburete en el que descansaba una farola con una vela que iba por la mitad y una botella de vino de Crestagrana, la vida se le hacía más amena.

El Oso Escarlata observaba sus dominios, la hacienda, aunque venida a menos, tenía una gran extensión de terreno hasta el grueso muro que los separaba del resto del bosque de Elwynn, había una docena de robles plantados aquí y allá, en esta época del año se veían particularmente hermosos, tras él, las fraguas yacían apagadas y colgados los mandiles, le había dado la tarde libre a los chicos pues, desde hacía ya un par de semanas habían estado hasta el cuello de trabajo, Jason Padport, su maestro de armas era también el maestro herrero del lugar y sin duda alguna era quien más trabajaba, descargaba el pesado martillo sobre las placas al rojo vivo y aunque Robert conocía el procedimiento siempre quedaba admirado de la maestría que el hombre tenía, claro está, el resto de los chicos trabajaban tan duro como podían, "honor a quien honor merece", solía decir su padre, y efectivamente los chicos también lo merecían.

Incluso Lucero trabajaba bastante duro en la forja, de vez en cuando, cuando él llegaba de alguna reunión con los nobles ventormentinos, la veía entrar a la mansión, empapada de sudor y con el rostro cubierto de polvo o cenizas, siempre le parecía bastante curioso, a diferencia de la Osa Negra, él podría parecer un completo inútil. No era que tuviera algún problema de autoestima, sino que en el fondo le tenía un poco de envidia, desde que había sido tomada como escudera por Lady Ravencrest, entrenaba más duro de lo que la había visto en su vida, además de que viajaba por todo lo largo y ancho del reino, según sabía, en ese momento se encontraba en Theramore, cumpliendo sus ocupaciones de escudera con la Osa Mayor.

Suspiró, tomó una calada y exhaló una gran bocanada de humo, quizá era hora de entrar y dormir, rondaría la medianoche, pero algo en él (pereza, se dijo a si mismo) le impedía levantarse de aquel acogedor asiento. Echó una mirada más hacia el portón, una pesada puerta de madera que debería pesar una tonelada, grandes pinchos de herrería sobre él y todo el muro, que según el fallecido Lord Victor, tenía casi setenta centímetros, nada envidiable, por un instante se imaginó como debió de haber sido para el entonces cabeza de familia, Jorah de Lamster el tener que defender aquella pequeña fortaleza en miniatura escondida en lo más recóndito del bosque de Elwynn durante la Primera Guerra, la piel se le erizó.

Era ya hora de entrar y dormir, al día siguiente el Alto Rey Wrynn había convocado una ceremonia en Ventormenta y aunque pública, su calidad de aristócrata le obligaba a asistir. Bostezó y mientras se estiraba, antes siquiera de dejar el asiento, un leve estornudo le interrumpió.

Su primer impulso fue el de tomar la espada que tenía al lado de la silla, y así lo hizo, pero al girar y notar a una figura casi tan pequeña como su su hermana Lillian la dejó en su sitio, era una joven diminuta, delgada y pálida, el cabello incoloro le caía por sobre los hombros y, como tenía por costumbre, llevaba un vestido oscuro, como en luto perpetuo, a la luz de la luna, y apoyada por el color escarlata que su condición de albina le proporcionaba contribuía de sobremanera en hacerla pasar por fantasma.

— Lady Blackwald -llamó Robert nada más verla, retomó su compostura y dejó la espada en su vaina- mis disculpas ¿necesitáis algo? 

Trémula, Astrid le observaba en el pórtico, a Robert le cruzó la idea de que, de tener piel normal, la chica habría palidecido, su humor en verdad era algo tonto.

— Me temo, mi señor, que mi título se perdió junto a mi patria.

— Tonterías, la Alianza está poniendo todo de su parte para recuperar vuestro hogar, ¿está todo bien?

Astrid negó con la cabeza, y levantó la mirada hacia el cielo nocturno, Robert extendió la mano hacia una silla contigua y la joven descendió hacia ella, pese a que en ocasiones a Robert le incomodaba el hecho de que Astrid fuese tan reservada, en aquel momento no le molestaba en lo absoluto.

— ¿Montando guardia a caso?

Eso sí que llamó la atención del Oso, ¿una broma? la chica a la que Lucero había rescatado hacía un par de meses y que apenas hablaba había hecho una broma, o eso quiso creer.

— Esos orcos viles no tomaran mi propiedad -tomó la espada envainada y la puso en sus rodillas- Que vengan. Dijo en tono desafiante.

La chica rió brevemente, vaya sorpresa.

— Si lucháis tan bien como vuestra hermana, entonces estamos salvados.

— ¿Y quién creéis que le enseñó a la Osa Negra todo lo que sabe? 

Ambos continuaron riendo por la broma, quién sabe, quizá haya sido el clima, desde el momento en el que Lucero había puesto a Astrid bajo su protección apenas y había charlado con ella, pero se sentía honrado de saber que estaba haciendo lo correcto, claro está, que todo el asunto del rescate y el origen gilneano de la muchacha lo había sabido únicamente a través de Lucero.

Sin embargo, entre que la chica padecía de timidez extrema y él se consideraba a sí mismo más bien un sujeto aburrido, eventualmente el silencio dominó la escena, interrumpido a veces por el gruñido de un oso, o el canto de los grillos.

— La verdad es que ahora la hacienda es bastante silenciosa -empezó Robert, sin saber bien porqué- esto no pasaba cuando éramos niños, siempre había ruido.

— ¿Jugabais mucho los niños Lamster? Preguntó Astrid.

— Más o menos, diría que sí -Robert se cruzó de brazos y estiró las piernas- diría más bien que siempre nos metíamos en problemas, en especial Lucero y yo, James y Lilli eran más de observar, esperándonos que no nos rompiéramos algo.

— No tengo el gusto de conocer a los señores James y Lillian, he de decir.

— Cierto, cierto, desde que partieron a la Academia, apenas y se les ve por aquí; os agradarían, mi señora, especialmente James, que siempre sabe cómo hacer sentir bien a una mujer... por sus palabras quiero decir, tiene fama de poeta, ¿sabe?.

Astrid desvió la mirada y por un momento Robert temió haber sido imprudente en algún sentido, pero al cabo de un rato, la conversación continuó.

— ¿Cuál era vuestro juego favorito, Lord Robert?

— ¿Mi juego favorito?

— Sí, vuestro juego favorito; en mi infancia, mi juego favorito era junto a mi hermano y nuestros primos, alguien tenía la peste y tenía que pasarla a los demás tocándolos con la mano.

Por un momento, Robert alcanzó a ver cómo a Astrid se le iluminaba el rostro comentando viejas anécdotas de su familia y sus juegos, algunos bastante extraños, "cosas de gilneanos", pensó él, pero se sentía admirado de ver a semejante muchachita, enfermiza a primera vista, hablar con tanto entusiasmo y tener reacciones tan efusivas con alguien que era prácticamente un desconocido.

— No sabía que tuvierais un hermano.

Ahora sí que dio en el clavo y el rostro de Astrid se ensombreció, a punto estuvo de hacerse un ovillo, o echarse a llorar, y rápidamente él dijo lo primero que se le ocurrió.

— Mi juego favorito era luchar contra Lucero en pequeños duelos, antes de que empezara nuestra instrucción en armas, ambos tomábamos palos y hacíamos como que nos batíamos en duelos espectaculares; a veces yo portaba Quel'Zaram y mi hermana empuñaba la Crematoria, en otras yo era Lord Uther el Iluminado y ella Anduin Lothar, una vez osé decir que más bien lucía como Orgrim Martillo Maldito y me dio un puñetazo tan fuerte que me tumbó un diente de leche.

Astrid seguía demasiado inmiscuida en sus propios pensamientos, sin embargo, Robert no se detuvo ahí.

— Pero también jugábamos al escondite, esta vez éramos todos, incluso venían los caballerizos y jugaban con nosotros, hubo una ocasión en particular en que James, que siempre escogía los escondites más obvios, decidió buscar uno más allá de lo normal -en este punto, recordando la historia, Robert comenzaba a querer soltar una risotada- el punto es que se metió debajo de un árbol y antes siquiera de que yo empezara a buscar, el chico salió gritando y llorando repleto de arañas, ¡el muy bobo les había destruido el nido!.

Para cuando terminó de contar la anécdota, Robert reía con francas carcajadas, y hasta cierto punto pareció contagiar su buen humor a la muchacha, quien sonrió entonces, levantando la mirada.

— Usted me recuerda bastante a Liam, lord Robert, el escondite era su juego favorito.

Robert se detuvo para mirarla, no preguntó, pero unió los puntos uno a uno, al cabo de un rato suspiró, y notó que las lágrimas de la chica le habían corrido por las mejillas.

— Espero que esté vivo.

Aquel gesto de preocupación hizo mella en el corazón de Robert, que sin decir palabra, extendió el brazo hasta dar con el hombro de la muchacha, no se dijeron nada, pero al cabo de un rato esta logró tranquilizarse un poco, continuaron hablando de nada en especial, para cuando Robert estaba a punto de sugerir que entrasen ya, alguien llamó al gran portón de madera, una secuencia particular, que le indicó a Robert de quién se trataba.

— Ahora vengo.

Lord Lamster, a falta de criados, corrió hacia el portón y no sin esfuerzo lo abrió, dejando pasar a dos grandes figuras montadas que entraron prestas hacia el establo, mientras el Oso Escarlata volvía con Astrid, las dos figuras se acercaron a su encuentro, portando pesadas armaduras, una de ellas, estaba enfundada en acero con tintes grisáceos y un tabardo verde y negro que representaba a un cuervo y a un oso, mientras que la armadura de la segunda era totalmente negra y su tabardo era rojo, con un oso de sable.

— Tía Anna, Lucero, bienvenidas.

Anna Mariana Ravencrest, con el semblante pétreo, dio las buenas noches y entró rápidamente a la mansión.

— Jopé.

— Robert, Astrid, ¿qué hacéis tan tarde aquí?

— Esperábamos la llegada de nuestra querida escudera, ¿a que sí, Astrid?

La gilneana asintió, con una sonrisa honesta, le alegraba ver a Lucero de vuelta.

— Claro que sí, no se suponía que regresaríamos hasta dentro de diez lunas, pero ha Lady Ravencrest le ha dado por volver antes, ya sabéis como es.

— Ya, ya, ¿qué tal es Kalimdor? ¿nos habéis traído un obsequio?

— Caliente, a decir verdad, me gustaría explorarlo algún día, y claro que os he traído obsequios, incluso traje algo para nuestra invitada.

Lucero, que a todas luces lucía cansada se giró hacia Astrid para ofrecerle una sonrisa.

— Llegas en el momento justo, hermana.

— ¿Por qué? Preguntó la Osa Negra, un tanto desconcertada.

— Entremos, ya va siendo hora, y te enseñaré lo que ha traído el pregonero del pueblo.

Spoiler

Saludines, he estado algo ausente estos días, pero entre que he tenido problemas con el pc (y que mis amigos sólo querían raidear y levear en el wow retail) no me he pasado demasiado por el servidor, y encima ya entro a la escuela 😞 pero con este pequeño relato expando un poquitín más el background de Lucero y sus STs, y justifico un poco su ausencia, así que nada, a ver que nos preparan los GMs para mañana 😄 

 

 

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