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Las emocionantes aventuras de Hawke.


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El niño de la meretriz.

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La tenue luz de las lámparas, acompañada del humo de cigarrillo que dificultaba la visión de quien estaba poco acostumbrado a aquel tipo de establecimientos era el mundo del joven pelirrojo, quien, como de costumbre atendía a su trabajo como asistente de Madamme Black, una fémina de unos cuarenta años, con un cabello ónice, oscuro debido al tinte, un cuerpo curvilíneo de ensueño y un extravagante, largo vestido color púrpura que terminaba en unos finos zapatos de tacón alto.

La mujer se cruzó de piernas mientras fijaba sus felinos ojos ámbar en los ojos del niño que no pasaba de los doce años en aquel entonces,  llevaba una pequeña boina desgastada, acompañada de una camisa blanca junto a una corbata rojiza y un sweater color gris  el cual adornaba la tierna teñida de trabajo del chico.

-Llegas a tiempo otra vez, Hawke. Murmuró la mujer mientras le daba una calada a un cigarrillo que llevaba en su mano diestra, soltando el humo sobre el rostro del chico, quien no demoró en toser un par de veces.

-Quizás no fue tan mala idea elegir a un crío inútil como tú para trabajar aquí La voz de la mujer era sensual e incitante, y, en medio de la caricia de la luz se apoderó del mentón del niño, cruzando sus miradas en un incómodo, para él, silencio.

-¿P-puedo ir a mi puesto, Madamme?  Replicó el chico mientras ponía aquella clásica mirada de perrito magullado.

-Primero quiero que me acompañes. Dijo con toda la parsimonia del mundo, de algún modo, aquella mujer no parecía tener ningún tapujo en tener a un crío trabajando en aquella casa. Le tomó por el dorso de la mano, guiándolo.

El lugar a esas horas estaba repleto. Por su parte, Madamme Black se encontraba sentada en el centro mismo del salón principal. Era una sala con distintos juegos de azar, además de una barra de tragos y una pista de baile sólo para las chicas del burdel, con una pasada que daba a una enorme escalera la cual llevaba a las habitaciones de arriba y a las cabinas de bailes privados.

El chico estaba sentado en el regazo de aquella imponente mujer, quien se dedicaba a beber scotch en su mano derecha mientras fumaba con su otra mano. De alguna forma, la presencia del chico en la cercanía de la mujer le daba una paz interior que ni ella misma era capaz de explicarse. Los cuchicheos de los hombres se hacían notar por la presencia del chico, pero se esfumaban después de unos minutos al desviar sus miradas a las chicas del elenco.

Su trabajo era sencillo, atender la puerta, mantener la limpieza del lugar y tocar el piano a la hora del baile. No era precisamente un trabajo arduo, de no ser por la ingente cantidad de borrachos que deambulaban por las calles de Gilneas, los cuales buscaban molestar a las chicas del burdel.

Aquella noche todo iba bien. Los visitantes de la casa eran los típicos jefes de familia que venían a pasar una buena noche gastándose todo lo que habían ganado en un mes en dos horas. Tomaba las gorras y trajes victorianos que se acostumbraban a vestir en la nación, mientras los colgaba.

El último visitante de la casa fue un hombre sombrío, alto, de un semblante oscuro que hacía que se le pusieran los pelos de punta al chico.

-Bienvenido a la rosa negra, ¿está en el registro? Preguntó el chico con algo de timidez, sin embargo, en vez de recibir una respuesta, sintió como el contrario le tomaba por las mangas de la camisa y elevaba su infantil cuerpo en el aire, mirándole a los ojos con una sonrisa depredadora.

-Así que tú eres el juguete de Black. La voz del hombre era imponente y ronca, como si hablara de ultratumba.

El chico parpadeó, mientras, en un abrir y cerrar de ojos, una bola de fuego incandescente pasó en frente de él, carbonizando al instante al hombre, chamuscando de paso un poco la camisa del chico en el proceso. Miró hacia atrás, encontrándose con su jefa, quien ostentaba un brillo de color verdoso en su mano izquierda, el cual fue desvaneciéndose poco a poco. El chico no se atrevió a decir nada, hasta que fue la imponente mujer quien erigió su palabra.

-Limpia esa mugre, Hawke, te necesito para el número de bailarinas. La exquisita mujer dio la media vuelta en frente de él mientras caminaba contoneando su cuerpo en frente de él, desapareciendo en el oscuro pasillo.

 

¡Gracias por leer mi historia! he decidido escribir un par de historias cortas referentes a diversos personajes que Hawke conoció en Gilneas para detallar un poco más su forma de ver la vida y entender a las personas. No soy más que un aficionado y novato en esto de escribir historias, por lo que espero su condescendencia, desde ya muchas gracias.

 

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