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Introducción

 

En el siguiente post iré colgando trozos de roles acontecidos desde el punto de vista de mi personaje Severus Palazzo, referentes a su estancia en las divisiones cobre y bronce. Se agradecen las críticas que puedan tener, tanto buenas como malas. Disfruten de la lectura.

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Capítulo 1: Renacer

 

El taller conocido como "Rayos y re-tuerca-nos" no gozaba de mucho prestigio dentro del Barrio de los Enanos aún. Trasladados desde Forjaz, apenas llevaba abierto un año, y si bien es verdad que los clientes quedaban satisfechos, no eran demasiados los que entraban todavía. El establecimiento parecía el típico taller gnómico, lleno de artilugios con usos dispares, herramientas esparcidas por el suelo, y manchas de grasa y suciedad. Estaba regentado por un pequeño gnomo inquieto, el maestro ingeniero Turbino, quien andaba siempre de un lado a otro, apretando tuercas y midiendo engranajes. Las malas lenguas decían que criticaba a los clientes en la trastienda, pero de cara al público lo único que se apreciaba era una sonrisa amplia y una voz demasiado chillona. Debajo suya en la jerarquía empresarial, se encontraba un enano que se dedicaba a las operaciones de venta al público; una secretaria draenei de muy buen ver que llevaba las cuentas; y dos aprendices a los que enseñaba, un queldorei un tanto extraño y un humano de aspecto desnutrido.

Al contrario de lo que pudiese parecer, la situación laboral no era la idónea. Todos los empleados se llevaban mal, pues Turbino hacía lo imposible por enfrentarles entre sí, creyendo así que su productividad se dispararía por la competencia de ver quién era el que mejor hacía su labor. Por ejemplo, desde el primer día que se conocieron, los dos aprendices habían sido puestos a prueba, y habían sido forzados a competir entre sí por ver quien era capaz de ascender antes a ingeniero cualificado, pues el gnomo les aseguró que el aprendiz más rezagado se iría a la calle. Pero cuando el humano se hizo por fin con su título de ingeniería, Turbino rechazó despedir al queldorei. A cambio, y para "reforzar su entusiasmo", le anunció que le daría una última oportunidad: contrataría a un tercer aprendiz, el cual quedaría a cargo del humano. Si ese aprendiz lograse llegar a ingeniero antes que él, sería despedido de forma humillante, pues ya serían dos los que pasaron a través de él. Así fue como el gnomo colgó su trampa mortal en el escaparate: "Se busca aprendiz de ingeniería. Sueldo a convenir".

Tras varios días sin recibir una respuesta por parte de nadie, en un día lluvioso, un hombre se acercó al taller. Al contrario que la mayoría de los transeúntes, los cuales se trataban de cubrir de la lluvia, él caminaba tranquilamente, sin capucha ni nada que lo resguardase. Parecía acostumbrado a la lluvia, lo cual era normal, pues en su tierra natal, lo raro era ver el astro solar. Cuando vio el cartelito, se quedó pensativo durante un tiempo, y se decidió a entrar en la tienda. Era su oportunidad. Ese taller sería el sitio donde se presenciaría su renacimiento. Con finos modales, se dirigió a la draenei del mostrador, la cual le dirigió una seductora sonrisa. El hombre, poco inmutado, solicitó hablar con el jefe, pues deseaba ser escogido para el puesto de aprendiz. Turbino, demostrando ser muy poco paciente, le recibió encantado de que alguien hubiera solicitado la oferta.

- ¡Menos mal! - dijo con su voz chillona -. Ya pensaba que en esta ciudad eramos los únicos interesados en la ciencia. Pasa, pasa. ¿Quieres un poco de jugo de cebolla? No te preocupes, no pica. ¡Shal'yara, trae un par de vasos, corre!

- No se moleste, muy amable - dijo el hombre, con actitud tranquila y un ligero acento gilneano, el cual parecía tratar de ocultar sin éxito. Sin embargo, la draenei ya había traído un par de vasos, y por no hacer el feo bebió de uno. Fuera lo que fuese, estaba increíblemente bueno. El gnomo se bebió el otro de un trago, y la entrevista de trabajo comenzó.

- Bueno, cuéntame. ¿Quién eres, de donde, a qué te dedicabas...?

- P... - el hombre tosió un poco -. Palazzo. Mi nombre es Severus Palazzo. Nací en Gilneas, allí me dedicaba a cazar animales para vender sus pieles.

- Bueno, eso a mi, pues entenderás que me importa poco -cortó Turbino, de forma tajante -. ¿Qué sabes de ingeniería?

Palazzo frunció el ceño. En un instante pensó en darle un buen puñetazo al gnomo. Pero entonces recordó que quería el trabajo, y eso algún punto probablemente le quitase a la hora de elegirle. Además, de que si se enfadaba, rompería esas bonitas ropas que acababa de comprar, y no tenía dinero suficiente para otras. Se decidió por adoptar un tono algo más comercial. Seguramente que vendiéndose sacaría algo más.

- Soy capaz de calcular trayectorias y velocidades en cortos periodos de tiempo. También puedo preparar armas de bajo coste. Y además, fabricar artilugios, que si bien son compuestos con materiales rudimentarios, resultan casi infalibles, y muy provechosos para el sector de clientes con fines ociosos - lo que viene a ser apuntar con un arco, tensar un palo y una cuerda para crear uno, y hacer trampas para los conejos. Pero dicho de esa forma, parecía hasta bonito. No obstante, el gnomo le descubrió enseguida.

- Tienes buena madera ingeniando, pero en ingeniería usamos muchos materiales más. ¿Cómo se que te esforzarás al máximo?

- Bueno... - bajó la mirada a propósito. Si su labia comercial no era suficiente, probaría desde otro enfoque. Rememoró el pasado, buscando fusionar la verdad con alguna mentira que lo ayudase, al tiempo que adoptaba un tono melancólico. - Mi abuela siempre hubiera querido que fuese armero. La pobre murió hace poco de un constipado, y me gustaría que su deseo se hiciese realidad. 

- Entiendo... - el gnomo se apiadó de él. Para él, su familia era muy importante -. Bueno, entonces esfuérzate y haz orgullosa a tu abuela. Solo te preguntaré algo más antes de decidirme. Véndeme un reloj. 

- ¿Sabe cuanto tiempo le queda a su negocio para ser catapultado a la cima gracias a un empleado como yo? Si tuviera un reloj, podría responderme a esa respuesta con exactitud.

En ese momento, Severus contestó de forma mecánica. El comercio lo llevaba en la sangre, y eso se notaba. El gnomo rió a carcajadas, pues no se esperaba una respuesta así.

- Está bien, contratado. Mañana comienzas a trabajar. Por la mañana limpiarás el polvo del taller, y por la tarde las herramientas. A cambio, recibirás 5 monedas de plata al mes, comida, alojamiento en los cuartos de arriba del taller, y un par de horas al día te enseñaré teoría suficiente para que puedas empezar a trabajar en los diseños más simples. ¿Qué te parece?

- Nada me agradaría más. Es un honor servir en esta empresa.

- Solo una condición más. Y debes recordarla, pues es lo más importante. Nunca entres en la última habitación de la trastienda. Está prohibida hasta que te ganes mi total confianza.

Tras un apretón de manos, se despidieron. Aunque de vez en cuando experimentaba algún traspiés con los demás empleados, y limpiar el taller era duro para alguien de origen noble como él, con el paso del tiempo se empezó a sentir como en casa. Las ciencias y teorías que Turbino enseñaba estaban cargadas de conocimiento, y ofrecían la posibilidad de crear lo imposible. Después de cada clase, Turbino le mostraba un producto de su catálogo y le explicaba sus posibles funciones. Aquello parecía magia. Aunque, ciertamente, los únicos artefactos e inventos que le interesaría comenzar a crear de verdad, por mucho que la teoría le gustase, compartían funcionalidad y sección en el catálogo. Aquellos que le ayudarían a cumplir su meta.

Armas y explosivos.

 

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  • 8 meses atrás...

Capítulo 2: Liberar

 

- Severus, hoy no trabajas, ¿eh? Me dan ganas de sonreír por saber que esta tarde el local no apestará a chucho.

A pesar de ser su día de descanso, como Severus vivía en los cuartos del taller, se veía obligado a seguir viendo a todos sus compañeros de trabajo. Sospechaba que Turbino había diseñado el taller de esa forma para forzar a los trabajadores a mirar  como se iban a pasarlo bien aquellos que no trabajasen ese día. Pero no parecía importarle, pues disfrutaba viendo las miradas de envidia de sus compañeros. Al menos, lo mismo que disfrutaban los demás cuando les tocaba librar de las suyas. Antes de salir por la puerta, como cada día del mes libre, Sylvarus el elfo se había dirigido a él con su particular odio. La tensión entre ambos era evidente: solo había una vacante, y dos aprendices. Severus se limitó a mirarle y sonreír mientras salía rápidamente. ¿Para qué molestarse en alguien tan débil? Le llevaba meses de ventaja en sus progresos. 

No obstante, nada más salir, gruñó por lo bajo. Odiaba aquella ciudad, con sus temperaturas cálidas, su gente tan sonriente y su carencia de muros sólidos y fuertes como los de su amada Gilneas. No se sentía cómodo en un sitio así, y eso se reflejaba claramente en su humor, al menos cuando no tenía que forzar la amabilidad. Con paso decidido, salió de la ciudad, y se perdió por los arbustos del bosque de Elwynn. El roce con la naturaleza pareció reconfortarle. Cuando se perdió lo suficiente como para tener la noción de que nadie le encontraría, se sentó en una raíz, y comenzó a preparar su ritual.

Se había prometido que todos sus días libres se relajaría y se olvidaría de todo. Y para ello, diseñó su ritual personal. Lentamente, disfrutando el momento, se quitó las botas, y apoyó los pies en la húmeda tierra. El frío le hizo sonreír instantáneamente, pues gozaba de aquella sensación. Tras las botas, se deshizo de los guantes, el chaleco, la camisa... Hasta que únicamente se quedó con los pantalones. Qué suerte haber encontrado a un sastre que trabajase con tejidos flexibles. Inspiró profundamente, escuchando el sonido de los pájaros y el viento rozando cada hoja del bosque. Permaneció sentado, con los ojos cerrados, durante una hora aproximadamente, sin mover más músculos que aquellos necesarios para realizar una respiración calmada. Y, cuando casi parecía que iba a dormirse, los abrió, con un suspiro. Se sentía en armonía con el bosque lo rodeaba. Era el momento de cazar. 

Con una sonrisa macabra, recordó sus más profundos odios: una injusticia mortal, una ejecución amañada, una mirada de arrogancia de aquellos que le habían arrebatado lo poco que le pertenecía por derecho. Sus dientes comenzaron a chirriar, mientras gruñía de forma amenazadora. Pero el gruñido no duró mucho, pues poco a poco se fue convirtiendo en un rugido, al tiempo que sus labios se transformaban en un grotesco hocico lleno de colmillos. Su cuerpo se volvió mucho más grande, musculoso y cientos de miles de pelos grises iban creciendo en él. Pero sobretodo, su lado humano y su consciencia iban desapareciendo, mientras su lado salvaje se apoderaba de él. Y no lo temía. Más bien lo deseaba. Su caza comenzaba.

Severus volvió a su forma humana bien entrada la tarde. Miró a su alrededor, y lo primero que vio fue el cadáver despedazado de un cervato. Se estiró y bostezó, sonriente, mientras se rascaba la tripa. No parecía tener hambre. Localizó sin mucha dificultad varias ramas rotas por las que su forma salvaje habría llegado hasta allí, y sin dudarlo un momento, se dedicó a seguir su propio rastro. Era la última parte de su ritual. Si conseguía localizar las ropas antes de la noche, llegaría al taller canturreando y silbando, lo que avivaría la envidia de sus compañeros. De lo contrario, llegaría enfadado y semidesnudo, lo que provocaría sus risas. Compañerismo laboral, divino tesoro. 

Por suerte, ese día encontró las ropas. Sonriendo y vestido como salió, llegó tarareando la canción que Wolfang había compuesto tiempo atrás en el Bosque del Ocaso. Sylvarus, sudoroso por el esfuerzo, le dedicó una bonita mirada de odio, que Severus mantuvo un instante. Ambos retiraron la mirada a la vez, considerando que su oponente no merecía la pena como siempre, y se fueron a sus respectivos cuartos. Una vez dentro, Severus atrancó la puerta y sacó su tratado de brujería, para volver a leerlo. También sacó de un cajón la calavera y el hueso de sucubo que había conseguido junto a Wolfang e Ilvan, y los miró con detenimiento. Era tan bello, y a la vez tan prohibido... 

Negó con la cabeza. Como cada noche, leyó algunas palabras en voz alta, mientras hacía los movimientos que el libro sugería para canalizar la magia de las sombras. Y como cada noche, no consiguió ningún avance. Pero no se detendría. Si algo tan bello y tan letal podía ser invocado, debía hacerlo cuanto antes.

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  • 4 meses atrás...

Capítulo 3: Desterrar

 

- Severus, por fin. Me alegra que hayas vuelto - Exclamó Turbino, en el instante en el que vio la figura del brujo entrar ala habitación donde se encontraba leyendo -. Muestra a este viejo gnomo tus regalos.

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Con un aire acongojado, Severus miró las togas oscuras que su maestro solía llevar cuando se encontraba en las instalaciones del Aquelarre. Si bien es verdad que un gnomo no tiende a inspirar temor en una situación normal, las posibles consecuencias de la  próxima conversación eran suficientes para hacer que se doblase de miedo. Su maestro le había pedido un favor antes de embarcarse en un viaje hacia el continente de Kalimdor. Favor que no había logrado cumplir, dicho sea de paso. Y no era la primera vez que decepcionaba a Turbino desde que éste le había aceptado como pupilo.

- Maestro, lo lamento. El barco no llegó a tierra, no tuve oportunidad de...

- Severus - Turbino levantó una única mano, acto suficiente para que el aprendiz guardase silencio -. ¿Por qué estás tan empeñado en ser un fracaso? Te lo he dado todo: Un techo, una familia, un oficio, comida, un cuenco para el agua... Y poder. ¿Y qué recibo a cambio? Absolutamente nada. Excusas y decepciones.

- Maestro, por favor. Dejadme explicarme... 

Turbino movió la mano que tenía levantada, como si dibujase algún símbolo extraño. En la mente de Severus comenzaron a arremolinarse sensaciones extrañas, las cuales acrecentaban el miedo que sentía. Cuando quiso darse cuenta, estaba temblando en el suelo, incapaz de moverse, ahogando gritos de terror. Aquello era nuevo, Turbino nunca había hecho ninguna muestra de su magia, y menos contra él. Debía de estar realmente enojado.

- Solamente te pedí un favor. Una muestra de gratitud. Las almas de un orco, un tauren, un trol, un goblin, y ya que ibas, un naga. Y no solamente tienes el coraje de no traerlas, sino que encima ni lo has intentado. No eres capaz de esforzarte lo más mínimo, a pesar de todos mis alicientes.

Volvió a mover la mano, y detuvo el hechizo. Severus respiró profundamente, llevándose las manos a la cabeza. Se recobró como pudo, mirando a Turbino. ¿Qué posibilidad habría de coger la escopeta de la funda que tenía colgada y hacer desaparecer la cabeza del gnomo en una explosión antes de que volviera a usar su magia? Prácticamente ninguna. Mejor pensar en otra cosa.

- Responde, Severus. ¿Al menos avanzaste en mis pedidos? ¿La máquina de coser de la joven Airih está terminada? 

- El primer modelo, sí, maestro. Pero la joven insiste en que con ese diseño no puede tejer más rápido y necesita ser mejorado.

- ¿Y qué me dices de los rituales de invocación? ¿Ya eres capaz de invocar algún diablillo tal y como te enseñé?

- Consigo invocarlos, maestro, pero ninguno me hace caso. Todos me exigen un pacto de sangre que no estoy dispuesto a ofrecer. 

- ¿Y por qué crees que alguien te seguiría si no le das nada a cambio? - Turbino sonrió con malicia debajo de su capucha. La decisión del destino de su aprendiz cada vez era más clara. 

- No creo que los demonios solo nos sirvan si les entregamos nuestra sangre, o nuestro poder. He leído que esa exposición podría terminar sometiéndonos a ellos y acabar sirviendo a la...

- Y sigues decepcionando... - Turbino murmuró unas palabras al tiempo que movía su mano esta vez. Severus cayó al suelo con un grito ahogado, presa del pánico -. ¿Tú te piensas que las artes que te enseño son una tontería, verdad? ¿Quizás no son lo suficientemente buenas para un ente tan grandioso como tú? ¿Crees que podrías superarlas, verdad? - esperó en silencio cinco segundos, mientras Severus se retorcía en el suelo gritando. En realidad el gnomo estaba disfrutando-. Pues mi generosidad se acabó. Levanta, aprendiz. ¡He dicho levanta! - Severus se levantó como pudo, aún con el miedo en el cuerpo. Las piernas le temblaban, y tuvo que apoyarse en una mesa para no volver a caer al suelo -. Todo poder conlleva un sacrificio. Y si quieres seguir distrutando del poder que te ofrezco, vas a tener que sacrificar. Volverás a Kalimdor, y conseguirás lo que te pedí. Ya no es un regalo, es una orden. No obtendrás nada de mi poder o dinero mientras no obtengas lo que te pedí. Y pobre de ti como vuelvas a esta ciudad sin lo que me pertenece. Ahora mismo, tu alma vale por esos cinco obsequios. ¡Márchate!

Deshaciendo el hechizo con un gesto, Turbino esperó a que Severus se recompusiera y se fuera por donde vino, mientras caminaba en zig-zag. Sólo entonces, volvió a sus escritos, con una sonrisa macabra que helaría los pensamientos de Severus durante las próximas semanas. Por su parte, el gilneano sabía que el error que había cometido podría haberle costado más caro. Turbino no había decepcionado como brujo, y quién sabe que más podría hacer si seguía sacandole de sus casillas. Debía partir hacia Kalimdor sin demora, en Ventormenta no estaba seguro hasta que no completase el encargo de su maestro. Sin ninguna palabra de despedida hacia sus compañeros de trabajo, entró en el taller, hizo su equipaje, cogió sus ahorros y abandonó el lugar, sin prestar atención a las sonrisas de triunfo que le dedicaba el otro aprendiz.

En su cabeza, solo sentía que no tenía escapatoria. Volver a Kalimdor sería exponerse a la comunidad gilneana, y por tanto al asesino de su abuela. Quedarse en Ventormenta sería afrontar la ira de su maestro. Permanecer en Kalimdor requeriría que desarrollase sus artes y astucia a la fuerza, ¿cómo sobreviviría si no? La avalancha de pensamientos le hizo querer hablar con alguien sobre su partida. Así que, antes de coger el primer barco que le llevase a Darnassus, decidió ir a casa de Airih.

Si bien no le contaría todo, al menos le comunicaría que pasaría un tiempo hasta que mejorase su máquina de coser...

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