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I

-Arriba las manos que esto es un asalto ¡Al primero que se haga el gracioso juntaran sus sesos con pala! – Exclamo, armas en mano, aquel enano verde con ropajes turbios y cara semi-cubierta. Mientras apuntaba con ellas a los miembros de la caravana. –Me habéis entendido a la primera, eh?

Sus rastreros secuaces por igual rodeaban la caravana, ojos bien abiertos, observando a quienes la componían. Aquel paso en la jungla de tuercespina ¡Un puñetero error! En ese punto parecían concentrarse las ratas de la zona. Cualquiera que pasara por ahí inmediatamente se iba a la quiebra. Prácticamente porque ni los calzones les dejaban aquella bandita de rateros del tercer mundo. Ahora estaban allí, en aquel paso, presumiendo su asquerosa existencia. Emitiendo un olor de mil rayos de quien sabe de qué fuente. Sonriendo con sus quijadas amarillentas y faltantes piezas dentales. Sonriendo de forma picara como si fueran la gran cosa.

-Registrad el cargamento. Que nos hemos hecho la hoya con esto. ¡Más os vale traer algo decente!-

La tensión en tal momento era tan densa como el mismo clima pesado de la jungla. Insectos más grandes que una puta vaca y la humedad que a veces hacia que uno deseara que lo partiera en dos un rayo. Y así aquellas mierdecitas leprosas… o goblins de mala vida como las personas educadas les llaman. Obviando que entre ellos había algún que otro paria de tantas razas. Muy presuntuosos echaron a caminar entre los carros. Como si fueran señores del mundo. Ignorando que a la vida misma le es indiferentemente igual un gusano a uno mismo.

-Eh! ¡Zippo anda mira que te hemos encontrado! - Exclamo uno de sus lame botas saliendo un carro luego de registrarlo. Con una repugnante sonrisa como si hubiera encontrado oro.

Chistando un poco Zippo, nuestro amigo que le gusta cacarear de más y dueño de aquella gentuza, camino hacia el carro de forma presuntuosa.

-¿Qué habéis encontrado? Ya estoy viendo un arcón con doradas. No me hagáis ilusionar en vano malnacidos.

-Mejor que ello tío. Si hemos tenido el culo de hasta encontrarnos una putilla. – Echando una carcajada mientras corría la tela que tapaba el interior del carro.

-Eh? ¿Cómo que una putilla? Hombre me has hecho el día. –Echando un escupitajo al costado del camino. Propio de un caballero de alta cuna. – Habrá que ver que tal está el primor, ¿no? Eh guapa, a ver si sales del carro por las buenas.

-Anda majita. – Luciendo sus pútridos dientes y dejando pasó a que saliera sin dejar de empuñar su revolver.

En silencio salto del carro dejándose ver. La simpatía era algo que esquivamente, por no decir nunca, se posaba en su rostro. Menos aún esta situación. Ambos bandidos cual buitres no tardaron en rodearle y girar en torno a ella examinándole con una risueña y picara expresión. Al final de la vuelta quedando Zippo delante y su secuas tras la goblin.

Mandíbula tensa y en silencio ella los observo. Cabello atado y mirada austera, seca y áspera. Pese a su vestimenta que era más bien holgada, y no dejaba mucho a la vista, podía notarse la buena figura femenina.

Alzando ambas cejas y con una expresión de todo menos moderada Zippo sonrió.

-Oye que no estás tan mal lindura. Si sonrieras un poquito…. Quizás sea amable y gentil. – Dijo burlonamente mientras se acercaba más y más ella. – Y bien zorrita ¿no vas a sonreír un poco para mí? – A escasos centímetros de su rostro. Sonriendo dejando fluir su asqueroso aliento hacia ella.

Ella solo le miro por un instante. Sus ojos fijos lo decían todo. Existen personas con las cuales conviene no meterse y Layla era una de ellas.

-No.

Antes de que siquiera Zippo pudiera caer en cuenta de su error un estruendoso rugido surgió del algún punto de los alrededores. Apenas pudo ver como los sesos de su secuas, tras la goblin, pintaban la fachada del carro. Y a su vez mientras con total sorpresa volvía la vista hacia ella, incrédulo porque eso era él, lastimeramente pudo ver sobresalir de entre sus prendas la boca del cañón de un revolver.

Zippo y su gentuza habían abusado de la buena voluntad de la vida. Viviendo del sufrimiento y la desgracia ajena. Creyéndose más de lo que eran en verdad. Más que unos rateritos de porquería. Y todo en esta vida vuelve. Esta se cansó de soportarles y les puso en el camino de la gente equivocada.

Ese era un final apropiado para el rastrero. Confiado pensó que jamás nadie le pondría un freno. Por ser unos cuantos y tener armas. Tristemente el mundo está lleno de gente como él. Todos terminan igual. Aun peor por cada uno que matas tres toman su lugar.

La bala lo atravesó como si de simple papel se tratara. En nada, estaba cayendo al suelo manteniendo aun esa chistosa expresión de incredulidad. Una serie de disparos prosiguieron al que lo derribo. Fue un tiroteo breve ya que ladraban mucho y mordían poco.

Con su gente echa un colador y aquellos que no tenían la valentía de morir honradamente en el suelo con disparos en la espalda. Zippo se retorció adolorido con lo poco de vida que aún le quedaba. Iba a morir, era consciente de ello, y aun así se sacudía como un gusano esperando un poco de inmerecida piedad.

-No me mates…. Por favor….-

Exclamo patéticamente al encontrarse con Layla observándole con el revolver en mano.

-No es tu día “majo”.- Comento observándole con la misma expresión carente de simpatía mientras alzaba el arma a la altura de sus ojos.- Los gusanos tienen que comer.

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